fim bici
Por Adriana Cabrera Esteve*
Las actividades en torno al Día Mundial de la Bicicleta fueron promovidas por la IM y contaron con la coordinación de varias organizaciones que promueven el transporte activo (UNIBICI, MASA CRITICA, URUBIKE) y otras que apoyaron como la CAF. Se sustanciaron en las jornadas del FIM BICI (Festival Internacional de la Música en bici); las Jornadas de Intercambio Académico “Bicicleta y Universidad”, en las que se hicieron presentes ponentes de diferentes ciudades del mundo; y las bicicleteadas a las que se sumaron centenas de ciclistas. Concitaron también el apoyo de organizaciones sociales vinculadas a la descentralización, como el Concejo Vecinal 2, que decidió exhortar a las instituciones públicas y privadas de su barrio a “proporcionar a sus usuarios y trabajadores lugares seguros donde guardar sus bicicletas así como a incentivar el uso de las mismas como aporte a la construcción de una ciudad más sustentable”.
Esta movida por un cambio en el sistema de movilidad urbana y la importante convocatoria que logró nos trae a la memoria el texto de David Harvey: “El derecho a la ciudad”. David Harvey afirma que el derecho a la ciudad es mucho más que la libertad individual de acceder a los recursos urbanos, se trata del derecho a cambiarnos a nosotros mismos cambiando la ciudad. Y para mayores coincidencias finaliza el texto argumentando, “la democratización de ese derecho y la construcción de un amplio movimiento social para hacerlo realidad son imprescindibles si los desposeídos han de recuperar el control sobre la ciudad del que durante tanto tiempo han estado privados, y desean instituir nuevos modos de urbanización”.
En mi caso, comencé a andar en bici por Montevideo en 1985 cuando luego del desexilio no tenía un sueldo y sí tenía ese medio de transporte que me resultaba rápido, gratuito y constituía una forma de realizar ejercicio sin costos adicionales. De ese período al momento actual mucho ha cambiado en la cultura de los montevideanos y cada vez son más los que se animan a bicicletear por la calzada disputando a los automóviles y al transporte colectivo su lugar. Las motivaciones son de diferente índole. Algunos lo hacen por su salud, otros por razones económicas, otros porque adhieren a la idea de realizar cambios, al decir de Harvey, en nosotros mismos para cambiar la urbe.
En materia de movilidad, democratizar la ciudad supone ejercer el derecho a usar la calzada, derecho del que se han apropiado los usuarios de automóviles y las empresas de transporte. Y para los gobernantes supone oír y dar respuesta a las demandas de los movimientos sociales en desmedro de los intereses del capital, la industria del automóvil, la del combustible, las automotoras y los propios automovilistas. Hoy, el derecho a la movilidad urbana, no es sólo bajar el precio del boleto o asegurar un transporte colectivo eficiente. Es también contemplar el medioambiente y pensar en formas más sustentables. Ejemplos comparados, hay. Una de las ponencias de las Jornadas de Intercambio Académico presentó el abordaje del tema por parte del Gobierno Provincial de San Luis, Argentina, donde a espejo de nuestro Plan Ceibal, se promulgó el Plan TUBI a través de una Ley Provincial y ya ha regalado 44.000 bicicletas. La idea es que cada niño luego de terminar el nivel primario reciba la suya. También se les imparte educación vial y se construyen bicisendas. Para los adultos, la política provincial ambientalista implica el financiamiento de bicicletas a los funcionarios del Estado. Los costos son absorbidos en un 50% por el Municipio y el otro 50% por el Ministerio de Medio Ambiente de la Provincia. Otras ciudades de América del Sur, como San Pablo y Buenos Aires, también comienzan a crear espacios para el transporte activo.
En Montevideo, aunque se empiezan a dar los primeros pasos, queda prácticamente todo por hacer. Resolver cuál va a ser el lugar donde transiten las bicicletas, así como regular la obligación de las instituciones a ofrecer bicicletarios seguros para guardar las mismas, son dos caras de la misma moneda a la hora de incentivar el transporte activo. Ofrecer este medio de transporte en los barrios más carenciados, ya sea regalando bicicletas o ayudando a su financiación; crear ciclovías en las grandes arterias de manera que los más necesitados y los que lo deseen puedan usar este medio de transporte a la hora de dirigirse a su lugar de trabajo o estudio; proporcionar estaciones de bicicletas al lado de las terminales de ómnibus a la que puedan acceder los trabajadores y estudiantes del interior que viajan a diario a Montevideo, siguen siendo nuestros sueños para el Montevideo del futuro.
Por si fuera poco, el último informe de la UNASEV (La República 21/3/15), da cuenta de la existencia de más de dos millones de vehículos motorizados (para poco más de tres millones de habitantes), de una tasa de mortalidad de tres personas cada diez mil vehículos, y en relación a su frecuencia, tres fallecidos cada dos días. Si agregamos a ello la contaminación que emana de los caños de escape, la polución sonora, el estrés y las demandas sociales, todo parece indicar que es el momento de profundizar las políticas públicas destinadas a un cambio de modelo en la movilidad urbana que contemple las necesidades de toda la población y habilite formas sustentables de trasladarse en la ciudad. Esta es, por cierto, una preocupación más relevante que la forma en que un legislador intenta sortear una multa por su infracción de tránsito o lo bien o mal que se realizan los controles.
*Escritora

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