Presentación en la Mesa de Literatura Infantil, Premios Anuales MEC 2009, Feria del Libro, 25 de mayo, 2010, por Adriana Cabrera Esteve
Hace ya varios años descubríamos a Paulo Freire y su libro “La educación como práctica de libertad”. Freire proponía la unidad educador-educando, la relación dialógica entre ambos y la realización juntos de un proceso que les permitiera la autoreflexión sobre su tiempo y su espacio. También la apropiación de la palabra no como un regalo del alfabetizador sino como un derecho fundamental, inherente al individuo. Supongo que por mi juventud de entonces esas, sus propuestas, calaron fuerte dentro de mí porque más de una vez cuando pienso en por qué la literatura, y en particular por qué la literatura juvenil aparece en mi mente el título de su libro aunque en este caso cambio la palabra educación por literatura. No quiero decir con esto que literatura y educación sean la misma cosa. La verdad es que no creo eso. Sin embargo tienen algunas cosas en común. Una, el uso de la palabra, dos, la resignificación de la realidad a partir de la creación de mundos imaginarios. Esta práctica de libertad no termina en el creador, el escritor, sino que por el contrario desencadena una serie de resignificaciones de cada texto, propias del hecho artístico, que el lector, reconstruye y reescribe tantas veces como quiera según el momento de su vida y de lo profundo o superficial que pueda encontrar al hilar sus razonamientos. La palabra mujer puede sugerir la imagen de Angelina Jolie o de la maestra de 6to grado. La palabra casa, puede interpretarse como un hogar de Casabó o como un hogar de Carrasco. Es el lector el que elige, desde sus experiencias, desde su inconsciente, desde su práctica de lectura. Al hacerlo ejerce un derecho que ningún sistema puede evitar porque es inherente al ser humano, la libertad de pensar y de elegir. Se constituye así, un binomio único, irrepetible entre escritor/lector, diferente al del mismo escritor con otro lector.
Por otra parte, de la misma manera que con el silencio podemos intentar la inexistencia de algunos hechos por muy relevantes que sean, con la palabra podemos refundarlos, hacerlos presentes, traerlos del olvido o de la no existencia. La creación literaria nos permite fundar mundos surgidos de una cualidad humana impresionante, la imaginación, y de ahí la gran responsabilidad del comunicador. Al mismo tiempo, cuando recorro liceos y escuelas conversando con adolescentes que esperan simplemente que les demos algo, asumo la profunda necesidad de ser leales a nuestra concepción del mundo. Cuando me preguntan por qué escribo para jóvenes suelo, según las edades de los grupos, hablar de la literatura como herramienta de comunicación intergeneracional, pero cuando la madurez del grupo lo permite suelo contestarles que es porque creo que la literatura es una herramienta para repensar qué es verdad y qué no y porque nos permite ponernos en el lugar del otro y comprender otras estructuras de pensamiento. Dos cosas necesarias si pensamos que la historia de la humanidad ha sido una historia de desigualdad, de guerras y de hambre.
Cuando elijo en mis novelas invertir la dirección del tiempo, o sumergir a mis personajes en un mundo onírico, pretendo que puedan concebir que el mundo puede ser diferente a como lo suponemos. Pretendo, aunque sea una pretensión epistemológica, que los seres humanos aprendan la provisoriedad de sus verdades. No quiero decir con esto, porque la mayoría sabe que además de escritora, lucho por los derechos humanos, que no haya elementos de verdad suficientes para inculpar, por ejemplo a criminales de lesa humanidad. Asumo que la relatividad también tiene sus límites. Pero cuando veo algunos jóvenes y algunos no tanto, sostener la supremacía de un cuadro de fútbol sobre otro, o confiar ciegamente y discutir en forma acalorada por algo que han visto en la tele u oído por ahí. O cuando vemos, un poco más lejos en el mundo, conflictos religiosos, estigmatizaciones raciales o culturales, manipuladas o no, según los centros de poder, me convenzo de que lo mejor que podemos mostrar es la relatividad de algunas verdades y la necesidad de aprender a respetar las verdades de otros.
Tengo la impresión de que la literatura y en general el arte, hacen un gran aporte a esas reflexiones, ayudan a interrogarse, si no en forma consciente, en forma inconsciente. La identificación con un personaje, la vieja catarsis, es ni más ni menos que ponerse en el lugar del otro. Algo difícil en momentos en que la humanidad parece hundirse sin tomar consciencia siquiera cuando puede estar en juego su supervivencia como especie.