(Humilde homenaje a Luz Ibarburu a cinco años de su muerte)

Estaba preocupada por la pérdida de su memoria y consultó al médico. Él le dijo que sólo tenía que ejercitarla. Luz se dispuso a aprender ajedrez. Cerca de mi casa había una pequeña academia, así que hablé con el profesor, le dije que se trataba de una persona mayor y le pedí que le diera clases a domicilio. Él aceptó, ella se negó. No a las clases sino a recibirlas en su casa. Hizo buenas migas con él. Su último año de vida se trasladaba todas las semanas a clase en La Comercial donde se integraba al grupo de ajedrecistas. Se compró un juego de ajedrez, chico, de plástico con piezas achatadas y horribles que llevaba a los plenarios de Familiares. Lo ponía entre Luisa y ella y mientras la reunión no comenzaba, jugaban bajito.

Hasta su último día estuvo corrigiendo nuestros textos, comunicados, documentos, discursos, todos los materiales que elaborábamos para la agrupación pasaban por su computadora. Integró prácticamente cada equipo de redacción que armábamos y rigurosamente los corregía, nunca como quien tiene la última palabra sino como una más. Cuando me llamaron para avisarme que estaba en CTI parecía de ficción. Tenía correos de ella del día anterior. Nunca los borré. Se fueron con mi computadora cuando decidí cambiarla. Parecía una forma de que Luz siguiera allí, entre la militancia y la escritura, entre la comunicación y la tecnología, entre su dignidad y mi admiración.

Luz se integraba e integraba. Hablar de su lucidez, de su capacidad para ponernos de acuerdo, de su rol dirigente nunca ostensible parece de más, basta decir que siempre era ella quien acertaba en la consigna para las Marchas del 20 de mayo. No porque nos dijera cuál era la correcta sino porque sabía cómo buscar el punto de síntesis para mantenernos unidos y porque no sabía  de odios ni sectarismos. Luz tenía el don de la ecuanimidad. La respetábamos por eso  y por su trayectoria. Había fundado junto a María Esther Gatti la agrupación de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos en los tiempos más duros de la dictadura. Se encontraban en todas las salas de espera a donde iban a pedir por sus hijos. Un día se acercaron una a la otra y se preguntaron: “usted está por lo mismo que yo, ¿verdad?”. Desde ese día caminaron juntas. Guy Prin, el director de ACNUR en Buenos Aires, les había recomendado no andar solas. Que era peligroso, les dijo. Se fueron sumando otras: Violeta Malugani, María Bellizzi, Milka González, Irma Hernández, Quica Salvia, Angélica Cáceres, María Elena Antuña, Marta Josman… Se juntaban a tomar té en casa de Luz y se organizaban para golpear la puerta de los cuarteles, para viajar, para escuchar las repetidas mentiras con las que tejían y destejían sus esperanzas a través de los años. Y mientras buscaban, la vida se les fue pasando. Revisando el archivo de la agrupación, mirábamos sus fotos de ese período. Desde sus canas observaban a esas mujeres llenas de vitalidad que habían sido… y seguían haciendo lo mismo: buscar información, buscar justicia, buscar la memoria.

Luz tenía algunas cosas grabadas a fuego. Una era la importancia de la justicia. No sólo a  la que ella y su hijo, Juan Pablo Recagno secuestrado el 2 de octubre de 1976 en Buenos Aires, tenían derecho, sino al papel que la Justicia como poder republicano debía jugar en una sociedad democrática. Había presentado varias denuncias que siempre conocían el mismo destino, el archivo. El sistema nos daba la espalda. Cuando decidimos denunciar a los mandos militares por lo que el periodista Roger Rodríguez había denunciado como el “Segundo Vuelo” lo hicimos siguiendo la estrategia de perforar la Ley de Caducidad, usar sus errores, que los tenía. La Ley amparaba en la impunidad a los que habían cometido crímenes en el cumplimiento de órdenes, no decía nada de quienes habían dado las órdenes; la ley expresamente dejaba fuera a los que habían cometido delitos económicos y los militares habían saqueado los hogares de los desaparecidos, se habían apropiado de sus viviendas, de sus muebles y de sus ahorros. En Automotoras Orletti había un frasco lleno de alianzas, montañas de zapatos, mobiliario y hasta triciclos amontonados. Pero además, los militares habían intentado extorsionar al PVP y buena parte de las sesiones de tortura tenían como cometido saber dónde estaba “la plata”.  Ocho abogados de derechos  humanos firmaron el escrito que presentamos ante la justicia. En SERPAJ llamamos a una conferencia de prensa junto a un grupo de familiares de asesinados. Luz estaba sentada a mi lado y tenía que hablar. No le gustaba hablar en público. Se ponía nerviosa. Mientras trataba de calmarse me decía en voz baja: “esto es importante, esto es importante”. Y lo fue, aunque Luz no vivió lo suficiente para verlo los responsables de la desaparición de su hijo, mi padre y sus compañeros fueron condenados a 25 y 30 años de prisión.

También inició un juicio en Italia con otras compañeras que sus hijos tenían doble nacionalidad y en Buenos Aires. Su denuncia se encuentra en la Causa del Primer Cuerpo del Ejército y en la del Plan Cóndor.

Un último recuerdo. Cada tanto hacíamos talleres para definir la estrategia con la que trabajaríamos por un período. Cuando cortábamos para comer solía aparecer una botella de buen vino. La recuerdo a Luz, con su vaso en la mano y una sonrisa en la boca, diciendo: “a pesar de todo, es lindo vivir”.

(Publicado en el último número de Noteolvides)

2 respuestas

  1. Grácias Adriana est es much más que un recuerdo o un testimonio.Es un ejemplo de conducta, de dignidad , de vida.
    Es importante que nos puedas traer esta imágen y este fragmento tan fresco de memoria viva de nuestra gente de nuestras madres.
    Lo voy a llevar a mi muro de face book para difundirlo creo que es necesario hacerlo.

  2. Siempre esta presente, con su calma, equilibrio, la primera vez que la conoci fue a las semanas de desaparecer mi hermano Humberto vino a casa a contactarnos y darnos ayuda junto a Maria Esther y Violeta.

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