Cuando mi viejo era perseguido durante las huelgas bancarias de 1968 y 1969, ella se juntaba con las esposas de los demás presos, los buscaban en los cuarteles y golpeaban las puertas de cuanto jerarca les pudiera informar sobre su paradero. Años después, cuando los militares lo secuestraron y lo  desaparecieron del todo, aunque ya estaban divorciados, buscó al padre de sus hijas por cielo y tierra, y otra vez se volvió a juntar con su amiga Violeta Malugani, con Luz Ibarburu, con María Bellizzi, con María Esther Gatti «a tomar el té», forma elíptica de invitarse unas a otras a través de teléfonos pinchados y escuchas dictatoriales para protestar y denunciar por nuestros familiares desaparecidos. Siempre tuvo ovarios. Y los sigue teniendo ahora para defender, a la vejez, su derecho al libre albedrío y a decidir sobre su vida sin interferencias de nadie.

Visita a Playa Verde marzo 2017 3

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